REVISTA EDUCAR〈NOS〉 Nº 106
LA ESCUELA ENFANGADA, sí, porque el discurso de odio también está en las aulas. En ella se reproducen los males que se cuelan a diario traspasando sus puertas y ventanas. Causa y efecto que la convierten en víctima y culpable a la vez de los inevitables problemas sociales. Lo expresa muy gráficamente nuestra portada: de la boca salen a menudo palabras como balas que hieren y provocan violencia física. Como una hoja de papel arrugada con agresivo empeño, imposible de devolverla a su situación inicial por mucho que la estiremos, así las palabras lacerantes dejan marcas indelebles en el alma de las personas, germen del resentimiento. Entonces, ya nada vuelve a ser igual. Sólo el perdón sincero, que tiende la mano para dar la oportunidad de rectificar o disculparse puede hacer que las heridas cicatricen sin rencor o deseos de venganza.
Es decir, que el odio se disuelva mediante la comprensión mutua y el diálogo constructivo. Lo cual no quita la firmeza para llamar sin eufemismos a las cosas por su nombre auténtico y encarar con valentía los desafíos cotidianos, porque, ciertamente, los problemas graves no se curan haciendo la vista gorda o ignorándolos. En este sentido, la escuela ha de cumplir su función pedagógica esencial en medio de los acontecimientos y hacerse experta en prevención y resolución de conflictos, fomentando la reflexión serena y racional; la mirada crítica y objetiva; el conocimiento, la argumentación y el diálogo, todo ello necesario para crear el clima adecuado donde educarse juntos, desde el respeto y la convivencia pacífica.
Y de esto va este número, no sólo del odio, sino también del perdón, el gran ausente de los debates sociales. Abunda todo lo referido al primero y sus consecuencias; o sea, de los discursos elaborados con lenguaje agresivo, dañino o a la defensiva, disparado sin piedad contra otros por pensar o vivir distinto, por pertenecer a diferente raza, género, orientación sexual, religión, ideología, clase o ascendencia social. Un lenguaje que, sin mejores argumentos, desautoriza las razones del adversario convertido en enemigo, o se autojustifica respondiendo en toda ocasión con el abusivo recurso del “y tú más”. Ya nadie en este contexto, porque sería de ingenuos, está dispuesto a reconocer públicamente sus propios errores ni a disculparse por miedo a que se entienda como una muestra de debilidad, así que se rechaza cualquier gesto que procure la concordia y el entendimiento. Porque en la “cultura del odio” la finalidad no es la razón ni la verdad, sino vencer, humillar y aplastar al enemigo sin importar los medios utilizados.
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Educar(NOS) nº 106